Monday, November 30, 2009

Diario danés: Dios, Dinamarca y yo

En Dinamarca hay más o menos dos mil iglesias. Pero el número no ha aumentado desde más o menos el siglo 16. La mayoría de esas iglesias fueron construidas en el siglo 11, cuando los vikingos (reales hasta entonces) se convirtieron al cristianismo.  Cinco siglos después un rey danés se volvió luterano y con él todas las antiguas iglesias. Desde entonces ha habido más continuidad que sobresalto en la historia religiosa de este país. A los daneses les encantan sus iglesias, casi todas idénticas: simples, mascisas, blancas, con tejas de barro en dos aguas. Pero las entienden más bien como museos o como sitios históricos. No que no haya feligreses, pero son marcadamente menos que los turistas. Sólo entre el 1 y 2% de la población asiste con alguna regularidad. Todos parecen bastante cómodos con la idea de que va a haberse que morir, y con la idea de que más allá de sí mismos, de la socialdemocracia danesa, y de la comunidad internacional, no hay nada ni nadie cuidándolos.   Yo, en cambio, viniendo de una isla tomada por católica y habiendo faltado pocas veces a las clases de educación cristiana durante mis 10 años de educación protestante, lo miro todo con cierta inquietud, y trato de hallar donde ubicarme. Acepto de buen grado la noción de que nadie nos esté cuidando. Pero entiendo el sentido de ciertas formas de ‘ comunicación’ re-ligiosa, las cuales para simplificar aquí divido en dos: la petición y la gratitud. La primera quizás por dicha o por un sentido agrandado de responsabilidad propia, o por una conciencia del origen fastidiosamente humano de tantos males, no la practico. Aunque comprendo que para mucha gente el gesto de ‘pedir fuerzas’ para bregar con algo difícil es una forma de ‘coger fuerzas’ para bregar con algo difícil.  Pero en cuanto a la gratitud, la que yo siento es tan enorme que me hace desear un más allá que la reciba.  Aunque ahí vuelven los problemas.  Como no me hace gracia la desigualdad me incomoda la idea de un dios plagado de favoritismos, y por lo tanto no estoy a gusto agradeciendo cosas específicas, que le faltan a otros. Sí mantengo, en cambio, desde hace tiempo la costumbre casi involuntaria de dar como unas gracias no dirigidas a nadie, sino expansivas y anónimas, por cosas generales (el amor, el planeta, la luz, los sabores, los placeres, las ideas, las palabras, la solidaridad, el sentido de familia, la vida, la imaginación, el sonido, el tiempo...).  
     No todo es gratitud en mi mundo interior, también maldigo sin control y sin medida. Pero cuando estoy comulgando en ese agradecimiento general, ni siquiera me propongo dar gracias, sino que la gratitud sencillamente me sobreviene. A veces incluso expreso esa gratitud con las mismas palabras que me enseñaron en el colegio, aunque ahora no significan lo mismo para mí. Mi sentido de obligación moral hacia mis semejantes es, como el de otros, ferviente. Por lo cual también cultivo un juicioso sentido de tolerancia religiosa y trato de no meterme con la fe de nadie. Aunque en tanto yo mismo ya no me inmiscuyo en la fe, soy “ como el címbalo que retiñe”.  Razón por la cual siempre trato de retiñir lo más duro que pueda. Pero entonces, después de todo, será justo decir que no tengo fe?   Y esta fe desmedida en la gente y en el planeta, no cuenta?    Estar en este país tan NO RELIGIOSO y tan bien puesto sobre la tierra me reaviva ESA fe. En ese sentido estar aquí es como estar en un retiro perpetuo.  Entonces, claro… Entonces: Aleluuuya!!!

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