Sunday, November 22, 2009

Diario danés: Syringa

No me acuerdo si lo mencioné pero mi casa tiene nombre. Y no por una comemierdería o una excentricidad de nosotros sino porque, según se acostumbraba por estas zonas, así la bautizó el viejo marino que la mandó a construir hace dos siglos, en honor al barco en el que habría hecho su última travesía. Un tablón de madera de barco en la pared de al frente lo anuncia: Syringa. Muchas de las casas de por aquí también tienen nombres, que se pueden leer desde la calle. Los nombres no se repiten. La de mis suegros, por ejemplo, se llama Argo, y otra más allá se llama Sognehuset, aunque sospecho que es una iglesia porque siempre está vacía (asunto de otro post). Quizás al bautizar la casa con el mismo nombre del barco, los marinos, ya viejos, buscaban convencerse de que en realidad no se retiraban y que sus aventuras continuarían ahora sobre tierra. O quizá era simplemente una costumbre.. En fin lo del nombre es una cosa. Pero el indio de palo tamaño natural que sostiene el número de la casa junto a la entrada por lo que puedo ver no tiene paralelo, ni en Tåsinge, ni en Thurø, ni en ningún otro sector del sur de Fyn. Y dada la orientación tan disciplinadamente uniformizadora de los daneses en lo que refiere a ornamentismo, hemos tenido que suponer que lo del indio, a diferencia de lo del nombre, sí es el fruto exclusivo de la excentricidad o el mal gusto o incluso el eurocentrismo exotizante de tan sólo un marinero. Aun así, a veces, por adiestramiento o por costumbre, sospecho que ha habido otros (-indios de palo…indias? …Syringa?). Y que no es imposible que aún los haya. Y que acaso en el revuelo de enterarse que veníamos (“¿dos antropólogos?”) todos los campesinos, tercos, pero avergonzados de su exoticismo, se han sincronizado para esconderlos adentro de sus casas, al mismo tiempo, y por el tiempo que nosotros –más móbiles quizá, pero no menos exóticos- sigamos husmeando por aquí.

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