Sunday, July 11, 2010

Diario danés: Banderas, fronteras..


Aparte de mi familia, mis amigos, la humanidad y el planeta, una de las cosas que más me importa en esta vida es mi país. Respecto de mi familia y mis amigos creo saber más o menos lo que me toca: mantener la conexión, atender, cuidar.  Respecto de la humanidad y el planeta supongo que se va haciendo más claro lo que habría que hacer -o al menos lo que no- si es que va a haber esperanzas de que esto pueda durar. Pero con Puerto Rico, ese dominio intermedio de mi querencia, qué hago? Cómo relacionarme con ese pequeño país en el que no vivo hace 10 años pero que no olvido nunca por más de dos minutos seguidos? No es sentimentalismo; el asunto me plantea muchos problemas prácticos y muchas dificultades de adaptación. Ya viendo avanzar los años y con pocos prospectos de retorno me pregunto, dónde sigo? Si es que voy a vivir algunos años más, dónde los pasaré? Desde dónde veré y viviré lo que verá y vivirá mi entrañable paísito en las próximas décadas? Se podrá realmente formar parte de un país aunque se viva en cualquiera? Miro este país donde vivo ahora en busca de respuestas. Qué sienten hacia él los que lo habitan? Me da pudor preguntarlo directamente así que se lo pregunto al paisaje. Donde no tardo en divisar hemorragias de banderas, todas rojas, todas cruzadas de blanco. ‘Fue la primera bandera de la historia!’ me dicen. Los daneses la usan casi tanto como los puertorriqueños. La guindan en las casas, en los bizcochos, en los autobuses, en los barcos. La ponen en los nacimientos, en los cumpleaños, en el árbol de navidad, en la pascua, en los días feriados.. Pero no la miran ni la hondean ni le cantan. Sólo la tienen ahí. Viniendo de un país donde la bandera es como el resumen de todos los orgullos y todas las terquedades hallo curioso este uso tan frecuente pero tan casual de la bandera, tan ajeno a las lágrimas, a las rabias, a los pechos henchidos, al chijí chijá. Hay un asta vacía frente a mi casa y me ha dado para imaginar un posible experimento. No pasa mucha gente por esta callecita angosta. Pero y si agarro esta bandera mía tamaño natural que me he traido y la dejo caer sobre mi espalda, y salgo corriendo en bicicleta y me paro en el medio de la plaza, coreando, gritando, a plena luz del día…qué pasaría? Qué sentirían ellos? Qué sentiría yo?  Quién sentiría más fuerte?  En qué acabaría la incursión?    ..O quizá guindarla de una de las vehementes patas de estos altísimos molinos que adornan los campos enormemente, que la sacuda con fuerzas rotundas y excéntricas, yo mirándola sopletear contra las duras turbulencias de estas limpias brisas, girando hasta el mareo, la propia bandera borracha, derramando sus colores y sus rayas a mansalva, procurándome también a mí una embriaguez abierta que riegue mis lealtades a los vientos generales de un planeta borracho de contactos y de amor…

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