Wednesday, December 23, 2009

Diario danés: Hopenhaguen?

Por diversas razones y contrario a lo que había planeado no pude ir con mi familia a Copenhaguen durante la Cumbre Climática. Al principio pensé, quizá con cierto melodrama, que lo de no poder ir era como una tragedia personal y existencial. ¿Cómo no íbamos a haber ido a un evento tan crucial para el mundo si estábamos a sólo dos horas de donde ocurría? ¿Cómo no ir a respirar algo de la atmósfera intensa y gozosa de una coyuntura tan significativa y tan llena de sentido? ¿Cómo desaprovechar la oportunidad de decirle a nuestros hijos que cuando eran pequeños los llevamos a formar parte de algo tan transcendental? Ahora, viendo los reportes sobre lo que la cumbre logró me siento menos abatido. Cómo sentirme sobre esta cumbre? Sobre el rol de Dinamarca como país anfitrión, este país al que tanto he elogiado últimamente? Sobre el aplastante despliegue policíaco danés? Sobre los serios problemas logísticos y de organización en la conferencia? Y claro, cómo sentirme sobre lo que se alcanzó concretamente en las negociaciones? En este blog, y no siempre con el mejor sentido de proporción, no he parado de cantar las virtudes de este país, en parte como las veo, en parte como me las cuentan, en parte como las imagino. Pero lo escabroso de la cumbre muestra sus imperfecciones, al menos sus imperfecciones como país anfitrión de algo tan grande, acostumbrados como están a sus modos y sus maneras de país pequeño y ordenado. Los comentaristas en los medios parecen concordar: Dinamarca tiene una trayectoria admirable en cuanto a su modo de lidiar con los asuntos de ambiente y energía, pero ha tenido un desempeño muy pobre como país anfitrión de esta conferencia. 
     El drama, sin embargo, es mucho más grande que un país. Una especie en un planeta se otorga a sí misma la tarea de ponerse de acuerdo sobre un asunto crucial para la supervivencia de ese planeta y de esa especie. Ese ponerse de acuerdo conlleva diseñar un documento con el que todos los países puedan comprometerse. Ese proceso, comenzado hace años, tuvo por mucho tiempo esta reunión en Copenhaguen como su deadline más visible. Pero en esta reunión se logró mucho menos de lo que se esperaba y tal vez no se logró nada de sustancia. Ahora habrá otros deadlines. Y tal vez nunca dejará de haberlos, tal vez en adelante nunca dejaremos de vivir con problemas de este tamaño y con dificultades de este tamaño y con la urgencia de tener que resolverlos o mitigarlos. No sólo se trata del problema del cambio climático sino también del problema de cómo responder como ‘un mundo’ a los problemas que nos obligan a reconocernos precisamente como tal. Las demostraciones masivas buscaron acentuar la urgencia del problema y ejercer presión directa sobre el proceso, acordándole a los representantes y negociadores que sus representaciones y negociaciones impactan a gente real. Gozo global, furia global, esperanza global, decepción global. Urgencia global. Pensándolo bien, sí es casi una tragedia no haber podido ir a Copenhaguen durante los días en que intentó convertirse en Hopenhaguen. Formar parte del mar de gente y de creatividad que arropó las calles. En su defecto, tres personajes principales cubrieron la pantalla de este viejo televisor durante los días de la cumbre: los encumbrados, los policías y los manifestantes. A juicio de este lejano espectador, los del mejor desempeño, o al menos el desempeño con mejor energía y con más cara de planeta, fueron sin duda los manifestantes.

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