Friday, December 11, 2009

Diario danés: Ciclismo 5, Edad dorada

Voy regresando a casa desde Svendborg en bici y de noche. Media hora de costas y campos y un puente de un kilómetro y pico de largo donde el viento hace lo que quiere contigo, y con la bici. A esta hora la mayor parte de la gente de por aquí ya ha llegado a su casa, si es que ha salido, así que tengo el camino casi todo para mí. Voy tranquilo, a gusto. Salvo que por donde vivo la mayoría son bastante viejos. Y por más lento que guíen y más protocolos de cautela y conciencia de responsabilidad pública que hayan acumulado durante sus largas vidas, el apagamiento gradual de sus reflejos es más determinante que la fosforescencia de mi chaleco de seguridad, y que el parpadeo severo de los foquitos de batería intermitentes de la bici. Cuando pienso en esas cosas la estampa que me hago en la cabeza sobre este mundito tan seguro en el que he venido a morar pierde un poco de su brillo, y me siento tan vulnerable como un cervatillo, expuesto en la oscuridad. Me veo, a merced del titubeo venerable de cualquier muñeca, suspendido entre el zigzagueo de los focos que vienen y el de los que van. A los que alumbran tras de mí ahora, los siguen unos ronquidos temblorosos que casi logro escuchar. El resto, ya sin aliento, lo trataré de rimar: Temiendo morir en mitad / de un parpadeo incompleto / levanto el rabo y aprieto / por si no ha de despertar. / Para un lado está la mar / para el otro un risco escueto / miro el risco y me le espeto / por tratarme de salvar…

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