Friday, April 16, 2010

Diario danés: Hablamo’ejpañol

Mi hija habla un danés de primera, me dicen. Es un danés refinado y citadino que ya comenzaba a florecer desde antes de venirnos a vivir a Dinamarca, gracias a la militancia lingüística de su mamá y a la gracia de los libros que ella le lee en las noches desde que Sissel tenía apenas unos meses. Ese danés sofisticado que mi hija habla se haya ahora bajo el influjo de una versión regional y más bien rural del danés que llaman Fynsk, típica de la gente que vive en estos sures isleños donde nos hallamos. Claro que yo no noto el presunto deterioro de su refinamiento fónico. A mí todo lo que ella dice en ese idoma aún remoto y obtuso me parece de una dicción impecable y me llena de un ignorante orgullo. Pero cuando de su boquita ágil, tan llena de fonemas rugosos e interjecciones desniveladas sale un hilillo de palabras en español, y en la forma de ella resacarlas contra mí creo distinguir el tumbaíto de mi tierra, el pequeño escalofrío patriótico que por un momento me sacude no hay teoría postnacional ni sentido crítico que me lo empañe. Si logro sumar esa parte de lo que sale de su boca a la reiteración vehemente de lo que sale de la mía, su hermano bebé, contradiciendo el fatalismo de todos los estudios sobre segundos hijos criados por padres inmigrantes en condiciones de bilingüismo, no tendrá escapatoria, y acabará entonando este mismo cantío fluctuante que hace a las amiguitas de Sissel retorcerse de la risa, cuando por las tardes, irrumpo en la escuelita y me apresuro a rescatarla, requiriéndole, tras horas de inmersión en el mejunje de ellas, que me responda sin pestañear en el mejunje mío.

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