Vengo de noche en bici regresando de mis clases de danés, al otro lado de Svendborg. Ya casi llegando a casa veo en mitad del camino oscuro y solitario una sombra de cuatro patas. Me cago porque pienso que estoy en el Bronx y que es un pitbull suelto. Pero antes de que brinque el arbusto y se pierda en la negrura noto la mullidez del rabo y las patas flacas, y comprendo que es sólo un cervatillo. Llego a casa y pongo la bici contra la caja de las peras. Cojo una. Abro la puerta sin sacarme la llave del bolsillo. Tranquilo.
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